lunes, 27 de abril de 2015

Amor y sexo: Las dos caras


Lo erótico, como expresión sexual en la pareja de amantes, no es forzosamente el soporte del amor. Máxime cuando el amor, en su real dimensión, responde a una singular tonalidad afectiva con un sentimiento trascendente. Esto sucede aunque el amor, entre personas, conlleve un alto grado de sensualidad y suela nutrirse de una fogosa pasión sexual. Pero independientemente de la distancia dada entre el amor y el sexo por su naturaleza y fines, ambos se autoinfluyen de muchas maneras, jugando un rol fundamental en la lucha cotidiana.

Es un hecho evidente que edificamos gran parte de nuestra existencia con proyecciones favorables y exitosas a partir del sexo, del estimulo sexual y del amor real o quimérico. Pero también arrastrados por la pasión sexual, podemos empobrecer o destruir nuestra existencia; asimismo, en nombre del amor ilusorio o verdadero podemos enloquecer y arruinar la propia vida.

En el cortejo amoroso y en la experiencia sexual ponemos de manifiesto el temperamento y el carácter, si somos liberales o conservadores, si nos domina el retraimiento y la timidez, o si prevalece la confianza, la decisión, el desprendimiento o el egoísmo.

De hecho, el comportamiento sexual, cual si fuera un test, revela aspectos importantes de nuestra personalidad incluso a nivel social. Igualmente, un gran número de las actitudes que desarrollamos en las más diversas actividades públicas trasluce mucho acerca de cómo somos en la vida sexual y de los conflictos que padecemos. De ahí que la fogosidad, el apasionamiento o la frialdad afectiva y un sinfín de problemas sexuales los reflejemos encubiertos en las variadas actividades que desarrollamos cotidianamente…. (Continuará)
Jam Montoya

 
 
 
© Jam Montoya

lunes, 29 de diciembre de 2014

Esa luz que nos alumbra.


Usa la luz para retornar a tu interior.   Eso te mantendrá a salvo.

                                                                              Lao-Tsé         
                                                                   

                                                                

Nada hay más oscuro que el camino hacia la luz. Todo lo que se oculta tras esta paradoja es tan sólo la certeza de unos pocos que han elegido vivir según sus verdades, aunque a veces, esas verdades, sean una condena impuesta por el castigo de ir contra corriente.

Montoya nunca ha evitado sus caminos: erotismo y perfección; y aunque su elección le haya valido más de una vez la condena del silencio, la decisión está tomada. Nada hay en sus imágenes que no sugiera lo que él es, que evite la evidencia de lo que desde siempre ha proclamado con sus fotografías ajenas a cualquier estética que no sea la de sus propias convicciones, porque la elección de la diferencia conlleva vivir en ese abismo incierto que es la soledad, en esa oscura región de malditos que se han atrevido a correr riesgos. El valor de las cosas está en función de lo que cada uno está dispuesto a arriesgar por ellas, y está claro que, cuando se tratan ciertas cuestiones, la aceptación social y la fidelidad hacia uno mismo son opciones del todo incompatibles.

 Amparándose en la hipnosis de la luz y los cuerpos, en ese erotismo hacia el que desde siempre se ha sentido fascinado, las premisas fundamentales que anclan su obra están basadas en reconciliar la antigua dicotomía entre vida y eros, por contraposición a la que une inevitablemente el acto sexual con la muerte. Pretender ganar la batalla a Bataille negando que la verdad del erotismo es trágica, sea, tal vez, la razón fundamental de su obra. Por eso el sexo es por regla general su gran protagonista, el verdadero centro geométrico que ordena la representación. La cuestión se plantea de forma explícita, la plenitud del sexo abierto encuadrado en el arco metafórico de la naturaleza, luz y sostén del mundo; es el poder creador, la energía primordial que vertebra la vida como afirmación sobre la muerte. Y desde luego siempre la luz, esa única certeza que da razón a la fotografía y que en el fondo no es sino un orden metafórico de contradicciones y opuestos.

 Existen elecciones personales que otorgan a una obra la validez de lo auténtico. Normalmente se trata de elecciones dolorosas procedentes de una convicción tal que es imposible sustraerse a ellas como no sea traicionando una parte fundamental de lo que somos. Hay que tener mucho valor y una gran certeza interior para proseguir en medio de este absurdo circo, para evitar el suicidio creativo, el abandono en pos de la nada, del silencio ingrato que pretende acallar lo evidente. El artista de la convicción lo es siempre a pesar suyo. Porque no hay otra luz que la luz que nos alumbra desde dentro, desde lo que somos y no podemos ni queremos evitar, aunque recorrer su camino sea siempre la opción más solitaria y dolorosa.

 Eulalia Martínez Zamora

 
                                                                   
                                                                         
© Jam Montoya
 

© Jam Montoya
 
 
 
© Jam Montoya
 

Entendimiento y misterio


A veces el arte crea un ideal y por medio de eso un concepto. Pugna largamente con el espíritu y en este combate, valoriza la pura actividad del entendimiento. De la misma manera, el entendimiento solamente existe mientras siga en activo pero en cuanto deje de poder seguir ejerciendo sus fuerzas en la comprensión de un misterio abandona entonces el objeto en cuestión; tornado ya en inteligible, más prosaico y sin sabor.

 Quien quiera ser amado por el Arte debe evitar ofrecerle de una sola vez todos sus atractivos. Dicho de otra manera, es el misterio el que convierte una cuestión del entendimiento en un tema del corazón.

Jam Montoya.

 
© Jam Montoya
 
 

jueves, 25 de diciembre de 2014

REALIDAD TRANSFORMABLE

Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción ni de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.



 

                                                                       © Jam Montoya

LENGUAJE FOTOGRÁFICO


 
© Jam Montoya
 
 
En la clase de fotografía que propongo como poseedora de un lenguaje, es un error considerar a la realidad como un modelo inalterable. Por tanto, toda fotografía es una interacción de tres factores: la realidad exterior, el fotógrafo y el medio fotográfico.
Si consideramos a esta fotografía como un medio de comunicación visual, estaremos aceptando que como cualquier lenguaje está sometido a un sistema  de signos, susceptibles de ser combinados entre sí para emitir un significado concreto. Esto se dará, precisamente, en la medida en que esta fotografía se libere de la servidumbre de la reproductibilidad literal.
Como todo sistema de lenguaje es especializado y cada parte del sistema nos habla de un aspecto diferente de la realidad que hemos fotografiado. Esta capacidad no tautológica del sistema es, precisamente, lo que lo define como lenguaje.
Si habláramos de un mensaje no figurativo, como puede ser un pasaje musical, un poema o una  pintura abstracta, el significado y el sentido no está en una descripción realista o analógica, sino en su capacidad de pregnancia, en la sensualización y en la  pasión volcada en el mensaje. Es en definitiva, la materialización de la parte espiritual del autor de la Obra.
Jam  Montoya.